A mediados del siglo XIX, existía la creencia de que el caballo podía volar. La ciencia tomó en serio por un instante el viejo argumento de que el caballo al galopar se mantenía suspendido en el aire durante varios segundos, lo que alentaba la idea de que el caballo volaba. En junio de 1878 se llevó a cabo una apuesta peculiar. Se le daría inicialmente el proyecto a Eadweard Muybridge quien era un fotógrafo excéntrico famoso por su trabajo en panorámica y documental en la época. El artista utilizó los recursos fotográficos de su tiempo para capturar, e inesperadamente inventar un nuevo recurso para la fotografía, el galope de un caballo montado por un jinete en tomas a alta velocidad, que registraba el movimiento del equino en doce cajas con cámaras accionadas al contacto con la zona pectoral del animal. Los primeros resultados fueron asombrosos para quienes estaban implicados en la apuesta, a tal grado que el mismo patrocinador, el ex gobernador de California Leland Stanford y otros inversionistas, le brindaron más apoyo para que completara el proyecto, lo cual le llevó a Muybridge seis años.

El fotógrafo comprobó que efectivamente había un momento en que las cuatro patas del caballo se mantenían en el aire una fracción de segundo más de tiempo de lo que ordinariamente diferenciaba en la época flotar y alzar el vuelo. Con ello la ciencia fundamentaba lo que sólo había vivido en la imaginación y la fantasía. El caballo podía volar. Pero no solamente eso se probó ese día, también fue un momento de descubrimientos científicos que modificarían el arte de la fotografía, y darían los fundamentos básicos de la mecánica con la cual nacería el cine. Por un lado se descubrió el empleo de la fotografía en el stop motion y en la zoopraxiscope, y por otro este invento atraería el interés de Thomas Edison y de los hermanos Lumiere, quienes tomarían el concepto para el nacimiento del cine.

La idea de probar si el caballo volaba era tan inverosímil y sorprendente como probar que la creatura mitológica de Pegaso existiera. Si tomáramos al caballo como símbolo encontraríamos que tanto la ciencia como la fantasía han creado un halo de misterio a su alrededor, y han sido tanto la literatura como el cine los medios para explorar todas estas ideas y llevarlas a lecturas y reflexiones aún más complejas.

El cine y la fantasía

Cuando pensamos en creaturas de la mitología, el centauro es una que resalta en nuestra mente. Un monstruo hibrido mitad humano, mitad caballo nacido del castigo de la unión inverosímil entre una nube con la imagen de la diosa Hera y del rey Ixion. El centauro en la antigüedad cargaría con una connotación de ser primitivo, libidinoso y salvaje.

El ser mitológico pareciera comunicar la cohesión del hombre cuando monta sobre un caballo, por ello no podemos culpar que en el siglo XVI los aztecas fueran invadidos de un terror sobrenatural al ver por primera vez caballos en la infantería de Cortés, pensando que serían atacados por un ser mágico donde tanto el caballo como el jinete eran un solo ente.

Ese mismo asombro y capacidad de idear lo extraordinario ha sido la fuente de inspiración y combustible, para adaptar al cine todo lo que sólo ha sido parte del colectivo imaginario. En el caso del centauro, sus primeras representaciones cinematográficas vinieron gracias a la animación de stop motion y a los efectos especiales en Golden Voyage of Sinbad del extraordinario animador Ray Harryausen.

La bestia por fin cobraba vida más allá de la imaginación, y se mostraba con las características arquetípicas que acompañaban al personaje de la antigüedad: la barbaridad y brutalidad, así como su representación a ser la sombra del héroe humano, su adversario y antagónico. El ser que representaba su opuesto, el enemigo de la civilización y el orden. Si hiciéramos una analogía entre lo mitológico y la cultura pop actual, el centauro del presente tendría todos los atributos del personaje Khal Drogo de Games of Thrones, un guerrero nómada de naturaleza salvaje, una amenaza para los estándares occidentales, una representación de la otredad. Un personaje que no se comunica verbalmente sino con acciones de crueldad, y que, cuando se encuentra sobre su caballo, su autoridad y porte lo vuelve uno con el animal.

Pero si retomamos esta idea de los aztecas sobre la unidad entre un hombre y un caballo, también hablamos de la fusión de dos especies, algo antinatural y no normal.  ¿Qué rol desempeña cada quien en esta relación mutua?, ¿es el jinete el dominador?, y ¿qué está dominado?

En la oscuridad del campo

Robinson Devor en su docu-drama de 2007, Zoo, explora otro tipo de fusión, una más controversial como lo es la zoofilia. Se trata de un filme sui géneris, filmado de manera sofisticada e innovadora utilizando el audio de entrevistas reales de testigos, así como combinándolo con una dramatización fina de los hechos, gracias a la excelente cinematografía de Sean Kirby. Por ejemplo, uno de los recursos utilizados en el filme es el del personaje Coyote, quien no solamente es uno de los participantes de las acciones sucedidas, sino que también actúa su propia dramatización de los hechos, repasando para sí mismo por segunda vez momentos y lugares de la vida del personaje.

Es un proyecto que se aleja del standard tradicional del género documental, y se aproxima a la hipertextualidad, donde la realidad (creada a partir de audios) se mezcla con la recreación de los hechos (dramatización), provocando una emoción que hace más complicado para el espectador sostener una sola postura ante un hecho tan difícil de discernir.

El filme se rige por un tono inusual, que en su primera parte parece tener la intención de conectarnos con los participantes del grupo Zoo, y de ver al grupo como una fraternidad geek, como una comunidad de seres marginados por la sociedad que finalmente encuentran un espacio para poder ser quienes verdaderamente son, creando una humanización y una empatía a lo largo de la historia. Tales características se hicieron notar por la audiencia en la presentación de Sundance de 2007, y por ello no es extraño que parte de las preguntas que recibieron los creadores de Zoo fueran si su documental era pro-zoofilia, a lo que ellos negarían totalmente la intención. El documental tuvo una gran aceptación por la crítica y los festivales de su año, al ser nominada en Cannes y Sundance, y al ganar el premio a mejor filme en Stiges de Cataluña. La crítica la denominó “poética y elegante sobre un tema prohibido”.

La película comienza con un punto brillante en el centro de la pantalla, como una estrella. Es una luz al fondo de un túnel ambientado con el sonido reconocible del inicio de un modem al conectarse. La luz se va expandiendo, y deja ver que nos encontramos al fondo de una mina de la cual estamos por salir, como si fuésemos sombras de la caverna de Platón, listas a conocer lo que hay afuera de la oscuridad.

El filme de Devor es fascinante e intrigante al mismo tiempo. Por un lado se nos presentan imágenes oníricas que retoman lecturas metafóricas, planteando gran parte del tiempo la importancia de la naturaleza en la historia, como si se tratara del lugar donde los personajes son atraídos y se pierden, hablando con imágenes, como lo serían las flores en la víspera nocturna, de su seducción, de su hermosura y de su tranquilidad, contraria a la ciudad, el ruido y las obligaciones. 

Parte del documental es la relevancia de cómo estas comunidades se conocen, haciendo hincapié en la importancia y el impacto que tienen los nuevos recursos tecnológicos y, en este caso particular, la internet. Tal como el cine convirtió en realidad la fantasía de ver a un ser mitológico en acción, la internet lograba materializar deseos transgresores y fantásticos. Suceso que podríamos comparar con la llegada de la videocasetera en los ochenta.

Cuando los videocasetes comenzaron a circular, y la gente tuvo otras opciones alejadas de la acostumbrada paleta de canales de televisión, la industria de la pornografía se disparó al volverse independiente, y con ello se produjeron innumerables videos caseros considerados bestiales, como los de gran controversia llamados Animal Farm, que llegaron a Inglaterra de una manera clandestina, y que en realidad eran fragmentos de un filme hecho en Dinamarca llamado A Summerday, donde aparecía la actriz porno Bodil Joensen ejecutando actos de bestialidad con la música de fondo de la sexta sinfonía pastoral de Beethoven, intentando ligar la temática a un halo bizarro que incluía lo romántico, lo mitológico, lo bucólico, pero también lo chocante. El filme, extremadamente perturbador para la audiencia inglesa, fue dirigido por Shinkichi Tajiri en 1970.

Zoo examina el tema de la zoofilia sin contenido explícito de cualquier actividad sexual (apenas tan sólo con una imagen reflejada en un televisor). Al director parece no interesarle la morbosidad de la imagen, tampoco los motivos que llevan a los comportamientos zoofilicos, más bien su interés está en la oportunidad de hablar sobre la complejidad del tema de la reputación, la vergüenza, la humillación humana en un hecho trágico convertido en un circo por los medios.

El caballo y la mente

Zoo es un filme que hace recordar por momentos aquel monólogo del doctor Martin Dysart en Equus, donde de una manera poética e intelectual se nos presentaba otro caso de zoofilia. Es un discurso sobre ¿qué es la normalidad?, y de alguna manera ¿qué es su opuesto? Así como dónde cabe la humanidad en todo ello. Es también una invitación a reflexionar sobre ser confrontado por todo aquello que se intenta evadir porque desestabiliza la idea de control y orden.

Equus es en su origen una obra de teatro, la cual fue adaptada al cine en 1977, y magistralmente dirigida por Sidney Lumet, actuada por Richard Burton y Peter Firth. Ambos filmes, tanto Equus como Zoo, presentan una extraña fascinación íntima por los caballos, y aunque se trata de diferentes proyectos en género y estilo (pues a Equus le interesa el análisis de las razones que llevan a su personaje principal a cometer los actos y no es el mismo caso en Zoo) tienen varias cosas en común. Como por ejemplo, la exploración del primitivismo y la creación del ritual, pues en cierto sentido, el caballo se vuelve el objeto donde se alberga un deseo tabú, cósmico y antiguo, el cual es construido a partir de ingredientes recolectados a lo largo de una existencia como lo serían las obsesiones y los fetiches. La vida campestre distanciada de la ciudad es el escenario donde suelen ocultarse esta clase de hechos, y donde el caballo se vuelve la figura de adoración para placeres carnales, o el instrumento para manifestar lo reprimido en la psique humana.

El ritmo del filme de Devor es dinámico, así como cautivante; logra una conexión empática al recontar las dificultades de esta pequeña fraternidad por lograr adaptarse a la sociedad, encontrando un gran refugio en su amor por los animales y en sus amigos. Sin embargo, como un golpe en la cara, se nos presenta otra realidad a partir de la percepción de un policía y una rescatista de caballos, dándole un nuevo giro al discurso construido desde el inicio del filme. Mientras que en la primera parte del filme la víctima parecía ser el miembro que fallece en el acto, es decir, Mr. Hands, en la segunda parte la víctima pareciera ser el caballo.

Todo ello sucede cuando se recrea la escena en la que la rescatista recoge al caballo, después de la muerte de Mr. Hands, en donde la exposición pública y posiblemente distorsionada en los medios amarillistas, ya había provocado un daño irreparable en la agrupación, y tristemente en sus familias y conocidos, llevándolos a experimentar la humillación social. Es una escena que recorre el lugar donde se encontraba el caballo bajo los cuidados de uno de los integrantes del grupo Zoo, o con un Zoo llamado “H”. Y si antes el espectador había considerado la posible simpatía por el grupo, alimentada por ese razonamiento poético sobre la normalidad del Dr. Dysart en Equus, el relato de la rescatista pone en evidencia la otra cara de la moneda, una que provoca náuseas y escalofríos, al describirse la energía del cuidador como la de un abusador de niños. Éste es un momento determinante y perturbador. Después de haber sido llevados por una clase de empatía inconsciente, los espectadores dejamos de ser lectores pasivos de la anécdota, y se nos arroja a reflexiones propias, de índole moral y ético, en las que yo, que me había planteado ver el documental con una postura neutral y mente abierta, reconocí una oscuridad que no pudo más que parecerme espeluznante, e incluso me sentí engañada al darme cuenta de que lo que mostraba la cuidadora equivalió a la sensación de que me hubiesen quitado un velo de los ojos.

Zoo es la historia de un paraíso perdido, de una tragedia que transformó de manera irremediable la vida de muchas personas conectadas entre sí. Es la búsqueda de un espacio para escuchar voces que nunca habían tenido la oportunidad de ser escuchadas. De discernir sobre las dificultades de tomar una sola postura ante hechos que no son para nada nuevos, y que queda claro que son parte de prácticas y tabúes vigentes.

Aunque el documental no lo aborda claramente, el caballo de Mr. Hands es castrado antes de transferirlo a una nueva familia, donde su nueva dueña será una niña. El último cuadro en el documental es una epifanía, se trata de la mirada inocente montada sobre el caballo, apreciando el cuello del animal mientras avanza lentamente por los límites del establo. Es una escena reveladora, con un evidente contenido simbólico. Después de recorrer diferentes visiones mágicas e insólitas sobre cómo pueden ser percibidos el jinete y el caballo (ya sea en un centauro, la idea de unidad de un sólo ser en los aztecas de la época de Cortés, la construcción de un ritual antiguo en Equus), Zoo plantea en las escenas finales que el propio espectador asuma el punto de vista humano y resuelva por sí mismo la importancia de la posición o el lugar que cada cual ocupa como especie.

Con la calidez de la amistad, el documental finaliza con la acción de cabalgar, con lento andar y como si el tiempo no existiera. Nuevamente la posición del humano y del animal termina jugando un nuevo rol. Pero no desde el control o el poder sino desde la cooperación y la protección. Se trata de un último mensaje sobre aprender a ver al mundo a través de los ojos de otro ser.