Al cerrar los ojos veo rosa mexicano. Me pasa cuando tengo varias horas con la mirada en la pantalla y la luz se torna del humor que en mí percibe. En días así, el fucsia se aparece ocupando el espacio entero de mis párpados, obligándome a explorarlo cual si de un horizonte lejano se tratase.

El desapego de mis ojos al calor choca con mi inquietud de encontrar el horizonte mismo; cambiarlo a placer, volverlo tornasol, hacerle diseños florales o entintarlo de rayas y burbujas, mientras la punta de la lengua rodeada de tibia espuma, se corta por la tapa del vaso de café a medio terminar.

Igual que cuando mi lengua entrecorta las palabras que un día brotaron a borbotones y que hoy eligen cuándo hacerlo, cuándo deslizarlas con discreta obviedad -como si algo así fuera tan fácil-, y cuándo hacerme parecer como imbécil por obligarme a repensar mi idea, con sonoros segundos de retraso mientras el apuro empuja otras que llenan mi boca y sustituyen las líneas que se fueron.

Tercer descafeinado del día y la mano tiembla discreta bajo la mesa, la mano izquierda por supuesto, porque la derecha solo lo hace en tan contadas ocasiones, que por el momento, no recuerdo cuáles son.

Dictáfono en on -que escucha para recordar, para recordar-me-, alineado al cenicero; dos libros y una libreta; organizador anual; tres pulseras; marcador de textos de cera; uniball café; lápiz de puntillas; banderillas post it rosa, naranja, azul y amarillo mate; separadores y medicinas de rescate. Todo sobre una mesa cubierta de pasto artificial y de un cristal que insiste en desalinear mis ideas cada vez que el piso retumba cuando me acomodo, o alguien sube por las escaleras.

Plumas y ambigramas frente a mí que deslizan su tinta en el transcurrir de la tarde, entre dedos perdidos en hojas también tatuadas. La mano derecha en el cigarro sabor a frutas, del cual olvidé tronar la burbuja por lo que solo sabe a vil tabaco ritmo latidos nivel tres.

La mano derecha tiembla también. La mano derecha olvida también. Mis dos manos torpes, como mi lengua, como mi pulso en la garganta que olvida desde el pecho, manos, ideas, palabras y objetos; menos los rituales que siguen, menos a los ambigramas que atan como anclas, que sostienen sin tocarme desde el otro lado del cristal. Palabras ausentes, mirada en la tinta, manos que tiemblan, mi orden que no lo es más. El rosa mexicano sin horizonte cuando cierro los ojos.