En el 2009 el director Jacques Audiard presentó “El profeta”, una película del cine francés incomparable y excepcional, tanto que le mereció el Gran Premio del Jurado en Cannes de ese año y una nominación al Oscar en la categoría de cine extranjero. La película mostraba personajes y situaciones de una Francia lejana al glamour, a la exquisitez y elegancia que nos tiene acostumbrados. Hasta el lenguaje era también contaminado con slangs y mezclas de árabe, cuestión relevante, pues si hay algo que marca al cine francés es su necesidad barroca de no dejar de hablar.  Al utilizar como escenario una prisión, el director mostraba la marginación de estar en desventaja debido a la falta de educación, raza, religión o situación social diferente, presentadas con una magistralidad que dejó asombrados a muchos. Su siguiente filme “Metal y hueso” mantiene esa interesante línea estética, la cual el mismo director nombró como “Género Melo-Trash”, en donde mezcla el drama de una historia de amor, con detalles kitsch y un morbo que muta a lo elegante y erótico, siempre en un tono dramático, todo logrado por la impresionante actuación de Marion Cotillard.

La película está basada en los cuentos cortos del canadiense Craig Davidson, quien narra historias provenientes del boxeo, de la crudeza de hacerse daño y experimentar el dolor. Se deseaba, en palabras del director, que el guión creara imágenes desconcertantes  en un grado bien definido, para lo cual, películas como “Freaks” (1932) de Tod Browning, “Nightmare Alley” (1947) de Edmund Goulding y “Night of The Hunter” (1955) de Charles Laughton fueron influencia en su realización. Películas que ponen en evidencia las desventajas físicas en un tono oscuro, así como los parámetros sociales, la crítica al otro por diferente y el sentimiento de no estar completo ni en cuerpo y alma.

Hace algunos años la pregunta de hacia dónde va el cine francés era más que latente, ¿es que habrá una renovación?, pues se necesitaba algo nuevo que estar en la recurrente persistencia glorificar lo ya glorificado. De preservar esa gastada sensación de grandeza y pureza en el cine y su arte. La respuesta puede venir a través de esa sombra que no se desea mirar, su migración, su mezcla y otredad. A Canada y en especial Quebec, le ha resultado benéfico invertir en historias sobre sus nuevos arribantes, su presencia se ha vuelto rica e importante en la cinematografía. Tal vez Francia debería comenzar a seguir sus pasos y cambiar.

Al abordar la miseria social se suele caer en el prejuicio, en la manipulación y ese es uno de los detalles a notar de este filme en particular. Sobre todo de su director quien utiliza la técnica cuidadosa al lograr un drama, sin caer en los clichés convencionales y el sentimiento lastimero que viene acompañado de esta clase de historias. Ciertas escenas tienen un poder conmovedor sorprendente. Además de notar su excelente selección de tracks en su banda sonora, la cual navega entre el pop y lo sublime, coincidiendo con las emociones de los personajes.

Alain van Versch y Stephanie se conocen accidentalmente y aunque dentro de las reglas del melodrama hubiera podido ser elemento suficiente para comenzar un romance, es la espera y el progreso de situaciones y eventos las que van dejando al espectador más interesado por la continuidad de esta historia, que resulta todo el tiempo impredecible. ¿Qué pasa cuando la pobreza se encuentra con la desventura?, las direcciones son muchas, y en la película que nos ocupa es la exploración de los vacíos y el reconocimiento de uno mismo, su verdadera epifanía. Es una película sobre la injusticia y esa puerta que se queda abierta.

Recomendación:  8